Mi corazón empezó a acelerarse, podía sentir los latidos a una rapidez vertiginosa. ¿Por qué me ocurría eso con su presencia? Si fuese sólo eso, quizás no lo notaría. Pero a eso le teniamos que añadir un notoso rubor en las mejillas, una respiración más acelerada, y que mis ojos no hiciesen otra cosa que apuntar al suelo.
-Hola, Sandra.
Incómoda, levanté un poco los ojos. Fue rápido, en unos segundos ya estaban mirando sus negros zapatos. Murmuré un saludo y, nerviosa, junté las manos, apretándolas contra mi pecho.