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martes, 1 de septiembre de 2009

Polis y cacos

- Uno, dos, tres -decía en voz baja-. Cuatro, cinco, seis...
Su respiración era acelerada, y su corazón bombeaba la sangre rápidamente. Estaba agachada tras los arbustos, a la espera de poder salir corriendo hacia su salvación. Temblaba, estaba nerviosa. Se había agarrado a un banco, para conseguir calmar su respiración.
- Siete, ocho, nueve...
Giro la cabeza hacia la derecha, detrás de los contenedores se encontraba José, su mejor amigo. Estaba en posición de correr, a la espera de una buena oportunidad de rescatar a sus compañeros atrapados. Todos ellos custodiados por unas fuerzas superiores, pero, tenían que rescatarlos.
- Diez, once, doce...
Volvió a girar la cabeza, reptando cual serpiente se acercaba Melanie a un coche. Su constitución delgada permitiría que se escondiese bajo él y no ser vista. Volvió a mirar hacia delante, su objetivo se estaba acercando.
- Trece, catorce, quince..
Le cogió de la chaqueta, tirando de él hacia sí y dando de ese modo la señal que sus amigos esperaban. José corrió hacia sus compañeros y los liberó, dejando a los captores asombrados. Mientras que Melanie aprobechó la distracción para hacercarse a la bandera que tanto codiciábamos.
- ¡No! -gritó mi rehén, pero ya era demasiado tarde.
Cogió la bandera y la movió feliz, esta vez los cacos ganabamos el juego.

jueves, 30 de julio de 2009

Deseos

Recuerdo que, cuando era pequeña, creía que las estrellas fugaces concedían deseos. Por eso, cada día de verano, me paseaba, sola, en busca de ellas. Miraba el cielo, en lugar de la tierra, y, a veces, tropezaba y me caía. Al principio entraba en un llanto solitario, uno que nadie escucha, que nadie percibía. Me sentía vacía muchas veces, no había nadie que me cuidase, protegiese, amase. No había una mano que me levantase, ni voz que me preguntase: "¿Estás bien?". Por eso aprendí a levantarme, sola, sin ayuda.

Los puntitos de ahí arriba me miraban. Compadecientes, tristes. Pero, no me molestaba, así, al menos, sentía una leve, casi insignificante, compañía. Y cuando caían del cielo, llena de felicidad, juntaba en alto las manos y recitaba:

-Por favor, que mi hermano se cure.

Esperanzada volvía a casa, sintiendome orgullosa de tan buen acto. Pero, ese engaño muy poco duró. Empezaron a pasar los meses, y con ello los años. Cada noche la misma historia, salía en busca de la estrella que mi deseo cumpliría. Ya han pasado más de setenta largos y pesado años. Mi hermano, pequeño y débil, murió, no quedó huella tras su partida al cielo. La magia de los deseos sólo ha sido un sueño, sus placeres prohibidos a mí no me los han concedido.